Antes de comenzar con la reflexión me parece conveniente revisar que se entiende por centralización y descentralización
educativa. Así pues, un modelo centralizado de educación sería aquel en el que
todas las decisiones se toman desde el centro, es decir, desde el Estado,
mientras que las comunidades territoriales básicas carecen de competencias, mientras
que un modelo centralizado intermedio concedería ciertas competencias propias a
las comunidades, provincias y municipios. En este sentido, el Estado español se
situaría ante este segundo modelo.
“El Estado
se reserva las normas básicas sobre la ordenación general del sistema
educativo, la regulación de las condiciones para la obtención de los títulos
académicos y la fijación de una parte del currículo nacional; en cambio, las
comunidades autónomas tienen autoridad plena sobre los centros docentes,
profesores y alumnos; expiden los títulos académicos, supervisan o inspeccionan
el subsistema educativo que se les ha transferido y gozan de una amplia
autonomía financiera y además, a partir de la Ley de 1990, tienen competencia
para completar el currículo de acuerdo con sus propias necesidades” (Puello)
Pero ¿Qué hay de la educación en casa? Este supondría
el nivel máximo de la descentralización educativa. En este caso se sitúan algunas
familias que deciden educar a sus hijos en el propio hogar, aunque esta
afirmación conlleva cierta trampa, puesto que la obligatoriedad de la escolarización
hace que estos sí se encuentren matriculados en centros escolares, en
este caso a distancia.
El debate comienza cuando analizamos las ventajas e
inconvenientes de este tipo de educación, que ante todo me parece respetable.
Para ello, nos hemos acercado a un caso concreto. Se trata de una familia que
vive en Simancas, Valladolid, y que ha decidido educar a sus hijos en casa. Se
ha podido observar como estos se instruyen en todas las materias que se imparten
en un centro educativo. Además, las enseñanzas artísticas y de idiomas se ven reforzadas.
La madre se encarga de la enseñanza de sus hijos de forma personalizada,
prestando especial atención a sus preferencias e inquietudes. Ésta se muestra a
favor del derecho a la educación, pero no a la escolarización obligatoria, atribuyendo
al sistema educativo el monopolio del aprendizaje.
Podríamos plantearnos la pregunta de sí el hecho de no
acudir a la escuela repercutirá en la adquisición de las competencias sociales
y cívicas de estos jóvenes. Aunque también podríamos hacernos la pregunta al revés ¿Acudir a la
escuela es sinónimo de adquirir las mismas? (ahí lo dejo). Aunque, para que os
voy a engañar, y sobre todo, para que me voy a engañar a mí misma, yo,
sinceramente no cambiaría mi etapa escolar, sobretodo la del instituto, por haberme
educado en casa. Lo que no quiere decir que esta opción me parezca loable.
Por último, plantear el tema de exclusión, en relación
con el hecho de que probablemente la mayoría de las personas no puedan
permitirse poner en práctica este modelo educativo por distintos factores, como
pueden ser la dedicación o el coste que supone. Sin embargo, del mismo modo
podemos plantearnos si el hecho de que exista una educación pública y una educación
privada no es también excluyente. Dejo el debate abierto.
Cuando la casa se convierte en
escuela: https://www.youtube.com/watch?v=dLSDL6xI9eo
ResponderEliminarSisi mucha escuela en casa pero luego me dejáis tirado ahí en el bus yo solo... jajajajaj
Ya, ya ¿quien deja tirado a quien? (Me debes un tupper de ensaladilla jajaja)
EliminarPara empezar me gusta mucho el nombre de tu blog, que no te lo había comentado en persona. Respecto al tema en cuestión, hay que reconocer que dio un arduo debate en clase. Yo como tu no cambiaría mi experiencia en la escuela, instituto y universidad por la educación en casa, creo que ambas son válidas y que ambas aportan cosas que la otra no tiene. Saludos, Rosmy
ResponderEliminarGracias por tu aportación Rosmy. Un abrazo
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